Catorce años de sacerdote para todos ustedes, me parece suficiente motivo para dirigirme a los que, amablemente, me concedan el favor de aceptar el deseo que tengo, de dar a conocer un poquito de mis sentimientos más profundos por medio de esta carta. Sólo me mueve la intención de que juntos glorifiquemos al Señor.
Comunicarse es muy saludable, sobre todo, cuando lejos de querer vender o invitar interesadamente a algo, se hace como una manifestación de afecto y como una propuesta de amistad sincera. Aunque para algunos empecemos a conocernos a partir de ahora.
Me dirijo a todos porque quiero manifestarles el amor que Jesucristo siente por cada uno de los hombres, sea cual sea su situación, estado, edad, ideología, religión, etc.
Si en este preciso instante usted pensara: “yo no creo en Jesucristo, yo no amo a Jesucristo…”. Permítame decirle, absolutamente convencido, que no pasa nada. Él sí cree en usted, él sí le ama.
Aun cuando el demonio, el mundo o la carne se ensañan con nosotros, pareciendo que nuestro buen Dios nos ha abandonado, Jesús siempre está dispuesto a defendernos y confortarnos si se lo pedimos sinceramente.
Al cumplirse veinticinco años de mi conversión y militancia en nuestra Santa Madre Iglesia, a la que le debo todo, permítanme que sea sincero y les muestre mi estado de ánimo sirviéndome de esta comparación.
Me parece la vida como estar haciendo un crucero por alta mar. El barco en el que viajo con todos los que creen en Jesús es potente, amplio y muy seguro. Muchos prefieren hacer este crucero por su cuenta: unos, arrojándose al agua, eligen hacer el viaje a nado para de este modo sentirse más libres; otros, con sus propias balsas, prefieren hacer el viaje solos. Desde la barca les grito que suban. Les aconsejo que no gasten fuerzas en balde. Sin embargo, la mayoría no escuchan, no hacen caso.
Me pregunto: ¿por qué satisface tanto navegar fuera del barco?, ¿por qué es tan común caer en la seductora tentación de creer que dentro del barco no hay libertad…?
Yo, mientras tanto, oigo los lamentos y quebrantos de los que prefirieron la libertad al amor. Sin embargo yo, prisionero del amor: ¡cantando, siempre cantando! porque el barquero que la conduce, “carcelero por amor, nunca deja de estar (me) amando.
Con todo respeto y con todo el corazón, les invito a que sin prejuicios y con ánimo, conozcan y participen en las actividades de su parroquia.