Me apetece muchísimo escribiros en este mes de esperanza y de futuro. Diciembre es un mes maravilloso porque celebramos el cumplimiento de las promesas referentes a la venida del Mesías.
Una vez en la historia, y cada año por medio de la liturgia de adviento y navidad, se acerca a nosotros el Dios bueno y amoroso, oculto en la candidez y hermosura de un pobre de un niño, hijo de María virgen, y del castísimo José como padre adoptivo..
La soledad, el desamparo, la angustiosa y la desesperación que viven tantos tantos seres humanos se suavizan y pueden desaparecer gracias a la navidad. Es lo que ocurrió a los pastores aquella noche buena: el anuncio por medio de Ángeles del nacimiento del Hijo de Dios; iluminó y alegró a todos con el canto: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombresque ama el Señor! (Lc. 2,14).
Jesús nuestra vida, defienda la esperanza que tenemos en la eternidad. Pues, como sabemos que no moriremos nunca, también estamos ciertos de que hemos de luchar para que no nos roben esta esperanza, los que prometen paraísos terrenales si nos postramos como siervos al poder, el dinero, la fama y a vicios con los que pretenden apartarnos del amor a Dios.
A todos, pero especialmente a los que podáis estar en situación de esclavitud sometidos a alguno de los muchos dioses falsos, permitidme que os hable del primer santo reconocido y «canonizado» por el mismisimo Jesús. Se llama San Dimas, conocido como el buen ladrón. Su historial de gravísimas fechorías y pocas obras buenas, justificaba su condena de cruz. Leed en Lucas 23, 39-43 y observad cómo 1º Reconociéndose culpable, proclama la santidad y divinidad de Jesús ante los insultos del otro bandido. 2º Anuncia el poder y la santidad de Jesús contraponiéndola a la arrogancia insultante del mal ladrón. 3º Acepta la cruz como pago por el mal que hizo y 4º Pide perdón y clemencia.
Esta es la santidad y la verdadera religión: vivir para proclamar a los cuatro vientos que Cristo vino para destruir los pecados de los que se lo pidan, que permanecerá con nosotros hasta el fin del mundo para seguir perdonándonos siempre que lo necesitemos y, para que los que perseveren hasta el final sin cansarse continuen junto a Él eternamente.
Se oye con frecuencia que más necesario que rezar e ir a misa es ser buenos; sin embargo, Dimas que era muy malo, al participar del mismo sacrificio de Jesús (primera y definitiva misa de la que participan y se nutren sacramentalmente todas las que se celebran después), unido a Él y compartiendo las últimas horas de la vida y la muerte recibió la tierna y poderosa mirada del Señor que le dijo: «te lo aseguro hoy estarás conmigo en el Paraíso». Marcos 10, 18 «Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios.»