En representación de Jesucristo y de la Iglesia que él fundó sobreviviendo a siglos de historia, viva y activa desde sus orígenes, me dirijo a cada uno de los jóvenes que lean esta carta.
Antes que nada deseo manifestaros mi respeto y consideración por todos. Sea cual sea vuestra ideología, religión, cultura, situación moral, etc.
Por mi experiencia personal, os puedo asegurar que Jesús ama a cada uno por lo que es, no por cómo es. Sabemos que somos criaturas del Creador. El siempre ama a su criatura con un amor eterno. No cambiará este amor, aun cuando la criatura se oponga a quien y de quien recibió todo.
Muchos, agobiados por problemas diversos y por falta de sana información, dudan del amor eterno de Dios y de su poder infinito. Desconocen el paraíso y el método que Él mismo nos reveló para ser felices.
Otros, habiéndose “molestado” en conocer para entender, han conocido y entendido que la felicidad auténtica no es como el cohete: encerrada en sí misma, explosiva, frenética y transitoria. Se parece más bien al mar en calma: abierta a todos, productiva, serena y poderosa.
¡Cuántos jóvenes, siguiendo el deseo innato de felicidad, buscan y encuentran apariencia de paraísos transitorios y engañosos en lugares, cosas y personas, que les provocan estados de soledad, hastío y frustración! Esto se debe a que nunca las criaturas podrán dar lo que sólo posee el creador.
La fuente de la belleza, del bien, del amor y la unidad está en Jesús. Él es el Todo. Quien vive en él, con él y para él, lo tiene todo y no carece de nada. Por el contrario quien se conforma sólo con lo que puede ver y tocar disfrutará de las criaturas, poseerá muchas, pero todas, como el cohete, se convertirán en nada.
Yo, que anduve por paraísos efímeros y vacíos como muchos de vosotros, os quiero dar testimonio de que el verdadero paraíso que me ha hecho libre y perennemente feliz ha sido Jesucristo. Él es el camino, Él es el verdadero paraíso. Él, como una droga, te lleva al cielo, pero, sin herirte y, mucho menos, sin matarte.