“No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. Por mi vocación y mi trato frecuente con los que sufren, observo de vez en cuando, que bastantes personas culpan a Dios de sus desgracias. Lo mismo ocurre con otros muchos cuando responsabilizan al buen Dios de las mayores calamidades y horrores del mundo. Esto se debe a que ignoran u olvidan que la causa última de todos los males son los demonios y los que son confundidos por ellos. (Jn 3,8) (Rm 5,12). El libro de Job enseña mucho al respecto.
La tentación siempre es dolorosa: los creyentes, la sufren con paciencia y esperanza porque saben que cuando se lo pidan al Señor los sanará y los perdonará. Pero no es lo mismo para los que no creen; para estos, al sentir los dardos de la tentación evitan el esfuerzo de rechazarla, la conciben, la gestan y la inoculan a los demás; de esta forma, consciente o incoscientemente, expanden el mal al mismo tiempo que ahogan el bien.
Este es el oficio y la finalidad del diablo y de los que lo sirven, lo sepan o no: separar al hombre de Jesús y de su Iglesia; viven en un estado de tentación crónica, siendo injustos, ladrones, violentos, adúlteros, mentirosos, faltos de piedad, etc.(Jn 8,44). Todos ellos, por coherencia con su amoralidad y falta de amor a Dios y al prójimo, empujados por la fuerza del mal, son los actores coprotagonistas con los demonios del proyecto de exterminio de la humanidad creada por amor, para amar a Dios en la gloria eterna.
Pero el tentador también ataca a veces con más fuerza, a los que pasan la vida en lucha permanente para permanecer fieles a Jesús y a su Palabra (1 Pdr 5,8). Por eso cuando un fiel realiza obras que desdicen de su condición de creyente y de discípulo del Señor, se siente herido con profundo dolor por haberle ofendido y por el escándalo provocado en los débiles de fe y en los alejados. Sin embargo, por el amor y confianza puestos en el Rey que ya ha vencido al príncipe de este mundo, estamos seguros que nos hará partícipes de su victoria.
Aunque “nuestra vida, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse así mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones. (San Agustín, coment. sobre el salmo 60).
¡Feliz año!